Alfonso Reece Dousdebés: El instante de la iluminación | Columnistas | Opinión
Escrito por dh8fm el marzo 11, 2024
Supongo que recuerdan la maravillosa escena inicial de la película 2001: odisea del espacio, obra maestra de Stanley Kubrick, genio que nos dejó por lo menos una decena de obras maestras. La oscuridad comienza a disiparse mientras suena Así habló Zaratustra, de Richard Strauss… uno de los talentos de Kubrick era un exquisito gusto musical. Una tribu de prehumanos se despierta y se asombran por la aparición de un monolito prismático, ante el extraño objeto descubren en ese instante cómo utilizar herramientas, dando inicio a la historia humana. La secuencia fílmica es extraordinariamente bella, dramáticamente estremecedora y filosóficamente inquietante. Soy un reverente admirador de ella, solo que el momento de la iluminación no ocurrió así.
Película ‘Espartaco’: 60 años de una épica libertaria
Sucedió por lo menos unos cien mil años después, también en la sábana africana, cuando un homínido, todavía bastante chimpancé, pero ya resemblando al humano, se acercó a beber en un claro charco. Se inclinó acercando su cara al agua, en la cual vio ese habitual reflejo simioide que le miró desde dentro, no sabía lo que era, pero no lo temía, sabía que era inofensivo. Cuando era una pequeña cría esa imagen borrosa le llamó la atención algunas veces, quiso tocar al infantil semejante, pero este desapareció en el instante que sus dedos tocaron el agua. Lo intentó varias veces, pero siempre el del agua se desvanecía. Pronto se aburrió, dejó de tomarlo en cuenta y esa visión pasó a ser una más en la masa de las sombras y reflejos sin importancia, pues no representaban ni provecho ni peligro. Joven pero ya adulto, en el acto de beber, sintió un cosquilleo en la mejilla, supo que era una mosca tse-tse que intentaba picarlo, con celeridad dirigió su mano hacia sí, para matar al insecto, el cual salió volando indemne. Sin quererlo había visto al del agua hacer lo mismo, amenazado por otra mosca, que también fugó en una misma dirección. Del puro asombro acercó a su faz la otra mano, el reflejo hizo exactamente lo mismo. Lo mismo cuando abrió dedos, y cuando se tocó la nariz, y cuando se frotó los ojos, y… ¡él soy yo! ¡Yo soy yo!
Antes había mirado sin ver su rostro, ahora ya lo conocía. Un vendaval penetró en su mente y en su cuerpo. El espíritu se instaló en él. Después de una hora larga de exploración y verificación ante la charca, se levantó transformado en un individuo, una entidad nueva, distinta. Un ser diferente de los demás de su especie, del resto de animales y de todos los seres del Universo.
Se dirigió hacia la zona en que acampaba su tribu, contento de su descubrimiento, solo contento porque la felicidad aún no se había inventado, pero también espantado de la magnitud de la nueva dimensión revelada. Salió a recibirlo su compañera de aquellos días, no sabía si debía o no iniciarla en su conocimiento, pero un impulso lo llevó a hacerlo. Entre gruñidos y señas trató de explicárselo, tocándose el rostro, emitió un sonido, tocando el de ella, hizo otro. Eso era, había dicho yo, había dicho tú. Ese mismo día se creó el lenguaje, listo para narrar la aventura humana, que es una historia de individuos. (O)