Judith Pinos Montenegro: Obedecer o no obedecer | Columnistas | Opinión
Escrito por dh8fm el marzo 12, 2024
Gran parte de los problemas sociales nacen en estructuras organizadas jerárquicamente, que exigen obediencia, sin cuestionamiento. ¿Hasta qué punto somos obedientes? Esa pregunta inspiró uno de los experimentos de la investigación psicosocial. Tras el genocidio de la II Guerra Mundial, el científico Stanley Milgram se cuestionó si las personas pueden seguir órdenes, inclusive si estas implican el sufrimiento de otros.
Para investigar la obediencia, ideó una serie de trabajos de laboratorio. El más conocido es el experimento que reunió a tres personas: dos actores (uno simula ser un estudiante y otro una autoridad) y un sujeto de prueba (un maestro). Se le explicó a los maestros que el experimento tenía por propósito analizar qué rol juega el castigo como detonante del aprendizaje.
En el experimento se solicitó al maestro que evalúe al estudiante y por cada respuesta equivocada se emita una descarga eléctrica. Se esperaba que los maestros –sujetos de prueba– se nieguen a dañar a otra persona, pero eso no sucedió. Lo que Milgram descubrió es que el peso de una orden dada por la autoridad produce acatamiento, aunque eso signifique dañar a inocentes.
Investigaciones posteriores confirmaron la tendencia humana a obedecer a quien ejerce el poder. Sin embargo, hay diversas formas de ejercer la autoridad y como lo identificó Milgram, hay autoridades malvadas. Entendiéndose por “malvado” aquel que busca exclusivamente su beneficio, aun a costa de dañar a otros.
Tras su experimento Milgram planteó que las personas podemos actuar bajo dos estados psicológicos. Al primero lo llamó “estado de autonomía”, aquel que aparece cuando las personas razonamos las consecuencias de nuestros actos, independientemente de la presión de la autoridad. Al segundo lo denominó “estado agéntico”, en este las personas obedecen sin discutir y justifican su actuar al considerarse parte de un organigrama, una estructura que los constriñe y que los obliga a proceder de determinada manera.
En un “estado agéntico” las personas piensan que seguir a la autoridad sin cuestionar es la forma correcta de actuar y miran en los dictámenes de la autoridad la guía de comportamiento. Quienes se encuentran en un estado agéntico dejan de lado sus valores y principios y los reemplazan por los dictámenes de la autoridad.
Obedecer ciegamente a una autoridad destruye contextos, afecta la estima de las personas, vuelve a las organizaciones poco creativas y anula las opiniones individuales. Así, la obediencia ciega tiene peligros ocultos; es el terreno fértil para que las estructuras delictivas se sostengan y se prolonguen en el poder.
De ahí que primero debemos educar en los valores y posteriormente, en la obediencia. Educar en valores permitirá que las personas sean capaces de decir “no” ante actos que los dañen o perjudique a terceros. Por ejemplo, educar a las generaciones en valores evitará que personas dañadas por la violencia y la injusticia se queden callados por temor a la autoridad.
Deliberar sobre nuestros valores nos hará menos obedientes, pero coherentes, y puede ayudarnos ante la violencia generalizada. (O)